miércoles, julio 23

Asalto frustrado

Era de mañana temprano el asalto al carrito blindado. Tuve que levantarlos bastante temprano a los Alegres, lo cual muy bien no les cayó, pero cuando es para chorear no tienen tanto drama.

Esperamos en el sendero lindante al bosque como dos horas. A algunos los mandé arriba de los árboles para que flechearan desde ahí, si hiciera falta, y abajo estábamos Juan Peque y yo disfrazados. Íbamos a hacer el número ladronístico que mejor nos salía: el cuento del millonario herido.

Cuando vimos que se acercaba el carro, Juan Peque se tiró al costado del camino y le tiré un poco de tuco encima (habíamos cenado tallarines la noche anterior, lo cual nos vino al pelo), como para que fuera más convincente. Tenía puesto un traje lujoso de terciopelo y botones dorados, que le habíamos afanado una vez a un empresario. Bien de rico, el traje, por no decir que también era bien de puto (terciopelo, dale!), pero mejor no mencionar la palabra puto adelante de Juan Peque porque se pone loco y te pega una trompada. Está medio rayado con ese tema.

Yo, por mi parte, engalanaba mi esbelta figura con un traje propio de la servidumbre señorial. Un mucamo cualquiera, o sea.

Pasa el carro y yo grito:

-¡Señores, señores! ¡Mi amo está herido! ¡Deténganse por favor!

El carro para y se asoma uno de los gorilas.

-¿Qué pasha, pebe? -me dice el grandote, que tenía toda la pinta de ser cruza de Mike Tyson con un tiranosaurio rex.

-Pasó Robin Hood con sus chorros y nos sacaron todo; los caballos, la guita, ¡y a mi amo lo apuñalaron!

-Noo, pebe, qué cagada -me contesta Tyson.

Mete la cabeza adentro del carro y escucho que dice un "Noveshientoshonce, Hernán". Se asoma de vuelta.

-¿De qué esh dueño tu patrón, pebe?

-De la fábrica de chocolates "El plebeyo exquisito".

-Bueno, shubilo que lo shevamosh al cashtisho -dijo el Tyson, convencidísimo que éramos gente elite.

Cuando abrieron la puerta, y yo fingía ayudar a Juan Peque a subir al carro, saltaron los Alegres de entre los arbustos y se abalanzaron sobre el vehículo. Yo saqué mi espada (obvio que tengo espada, si soy un héroe medieval) y corté las riendas de los caballos para que no pudieran rajar. Salieron los patovas con las manos en alto, y yo miré adentro para poder verle la cara de sorpresa a Ezungar Cah.

Y no estaba. Lo único que había en ese carro eran un par de botellas de vino abiertas y lo que parecían los restos de unos sánguches de jamón y queso.

En ese preciso momento, por sobre los gritos de alegría de mis Alegres, supe que habíamos caído en una trampa muy, pero muy obvia. Y que estábamos al horno con fritas.

3 comentarios:

Christian dijo...

Que descontrol, por no decir desconche. Apasionante historia.

Dark Knight dijo...

Pobre Robin, no siempre le salen bien las cosas.
Muy buen blog, un abrazo, suerte.

Anónimo dijo...

Uhhhhh lo cagaron al pobre Robin!

Che, estoy sintiedo la abstinencia de este blog... quiero más aventuras! más! MÁS! MÁSSSSSSSSSSSSSSSS!!

Lu