lunes, julio 7

Más Alegres que nunca

Hoy fue un cago de risa.

Resulta que había una caravana del rey (el trucho, no el capo) atravesando el bosque y, obvio, los fuimos a limpiar. El procedimiento de siempre, como no: las flechitas, actitud adusta de parte de mis hombres, yo gritando que era Robin Hood, los guardias atemorizados. En fin, nada fuera de lo normal. Solamente a Juan sin Tierra se le puede ocurrir mandar una caravana en medio de un bosque lleno de gente que le tiene bronca.

Pero la parte genial vino cuando abrimos la parte de atrás del carro. No sabés el morfi y el vino que tenían, negro. Sí, negro, porque también tenían a un negro metido, pobrecito, se ve que esclavo africano o algo. Ese obvio que se nos hizo amigo apenas pudo.

A los boludos del rey no les hicimos nada más que ponerlos en pelotas, atarlos a sus caballos y mandarlos de vuelta a de donde habían venido. Y mientras nos empujábamos entre nosotros para agarrar algo del morfi que nos había mandado el de arriba (mientras lo pateábamos al Padre Tuc que parecía un luchador de sumo enloquecido), el negro nos contaba que estos últimos meses había estado de mucamo en lo del Sheriff y que tenía toda la posta. Te voy a ir contando en los próximos días porque no quiero quemar la buena suerte.

Lo que sí no me gustó un carajo es que, además de la posta, el negro tenía una mala noticia: A Mariana la quieren casar con Gisborne en dos semanas. El caradura. Algo voy a tener que hacer sino me quedo sin el pan y sin la rubia.

No hay comentarios: